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Constitución española. Artículo 14:

Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquiera otra condición o circunstancia personal o social.

ENTRAR y esperar. Y ver pasar. Gente. Gente que va, que entra y sale. Eso es lo que se ve en una sala de espera de un hospital mientras los segundos se asemejan a vidas eternas que no vivirás. Y en cada asiento, una persona. Distintas, todas distintas a ti. Ejecutivos enfundados en sus trajes sobrellevados con soltura para no arrugarlos. Padres de familia repeinados en esa calva que acaba en cuatro caracoles engominados a conciencia. Alguna mujer cruzada de piernas cuyos pies están arropados por unos zapatos ultimo modelo -chinos- que compró baratos para así poder pagar la factura de la luz. Algún hombre corpulentamente deportivo y demasiado moreno para permanecer interno en cualquier lugar. Alguna otra mujer inmigrante sola, sentada sin más, o del brazo de algún español con el arroz ya pasado. Más mujeres sobrepintadas escondiendo su gesto seco bajo el artificial barniz del maquillaje mal llevado…

Sale la enfermera. Dice tu nombre y entras. A la derecha una sala pequeña con una taquilla donde dejar tu ropa. Y sobre un pequeño banco de madera, el uniforme que te acompañará durante la prueba médica: un pijama azul de pantalón y camisa, un gorro para el pelo y dos fundas para tus pies. Una vez vestida, te miras al espejo antes de salir: te observas, te lavas las manos y te dices – que sea lo que quiera. Sales y pasas a una sala común donde esperarás esa prueba en la que no te enterarás de nada, donde el pinchazo del alma te llevará a un sueño profundo. Pero son inevitables los nervios de los que están en esa sala. Los nervios no entienden ni de clases sociales ni de edades. Todos igual vestidos, algunos sin pijama pero con esa pequeña bata azul que ridiculiza tu diminuta tu persona dentro de esas paredes. Y los hombres tapándose bien para no enseñar lo que ya les gustaría enseñar en otro momento. TODOS iguales esperando cada cual su “penitencia”. Allí la gomina del calvo con cuatro rizos no tiene marca, ni las batas, ni los pijamas. Antes de entrar no te preguntan a qué te dedicas ni en qué universidad estudiaste. Allí la aguja es la misma para todos y el oxígeno también. Allí la mujer de zapatos “chinos” podría ser la señora del ejecutivo que sale con la nuca ensangrentada y el pelo alborotado. No se dirigen a ti de manera distinta por ser Director o fontanero: no lo saben y no les importa. Todos somos pacientes. Y todos somos iguales ante su trabajo.

Te toca. Te pinchan. Te sedan. Despiertas. A tu lado queda el hombre de rizos que espera nervioso poder salir ya de una vez. Ya pasó. Mientras continúas adormilada, te dirige algunas palabras de alivio. Te sorprende, fuera de ese lugar no se hubiera dirigido a ti. De hecho, recuerdas que no dio las buenas tardes ni al entrar en la sala común de espera al principio de la prueba. Tampoco el ejecutivo ensangrentado que bromeaba mientras leía su informe una vez pasada la prueba: “sin signos de sangrado”.

Allí todos éramos iguales. Todos de la mano de la misma enfermera y del mismo doctor. Todos amarrados al mismo suero.

Te vas encontrando bien. Una vez fuera, das pasos torpes hasta dar con la salida donde te esperan tu madre, esa que te dio la vida y ahora la cuida, y ese chico que te regala «te quieros» cada mañana al despertar. A partir de ese umbral, sabías que se acababa la igualdad. Arrancan el coche para llevarte a casa y enciendes la radio: crisis económica, recortes, más desigualdades sociales, prima de riesgo, corrupción, bancos que pierden hasta su propia identidad… Y te preguntas una y otra vez: ¿dónde termina y empieza la igualdad?

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El pueblo tiembla… Pero no especialmente porque la Constitución española, aprobada por el pueblo el 6 de diciembre de hace ya 30 años, necesite una reforma. En época de crisis, esto no parece tener importancia para los políticos. Y así lo ha confirmado el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero: «no es imprescindible ni es una tarea prioritaria para el Gobierno». Hace cinco años, para el padre de La Moncloa, era muy importante corregir la supremacía del hombre con respecto a la mujer en materia de sucesión y también dotar al Senado de representación territorial. Ahora no.

¿Y el pueblo qué piensa? Según el barómetro de noviembre del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), un 46,2% de los encuestados piensan que los españoles conocemos “muy poco” la Constitución española. Dato curioso el que observo, ya que a la pregunta de “¿está usted satisfecho con la Constitución?”, un 48,1% responde que bastante satisfecho. ¿Cómo podemos estar satisfecho con algo que no conocemos?

Ahora, con las relaciones entre PSOE y PP algo más normalizadas, esperemos que se consiga ese “clima de acuerdo” al que alude Zapatero. Ellos son los que tienen la tarea de establecer unas políticas económicas viables evitando con ello que el país continúe estando en vilo: recordemos que la tasa de paro ronda los 3 millones. De momento, según el ejecutivo, “la Constitución, tal y como está ahora, es útil y se puede funcionar con ella para que el país progrese y para que la convivencia se fortalezca”… Ahí queda…

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