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Madrid, 21 de febrero de 2015
Espacio Bertelsmann

 

Un reloj: las 19:30 de la tarde. El moderador ya estaba allí. Ramón González Férriz esperaba a David Rieff mientras charlaba con aquellos que habían llegado antes del espectáculo. Hablarían de inmigración o de periodismo, del frío que fuera del espacio Bertelsmann o qué se yo… El caso es que hablaban, aunque poco importaba porque después se comentaría sobre lo que se habla cuando se habla de inmigración. David Rieff llega con una taza en la mano que cambió hasta tres veces en lo que duró su exposición. Un párrafo de 5 líneas leído en un torpe español con acento francés, y un sorbo.

“El camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones”, cita Ramón y menciona a Rieff al empezar. Y afirmó antes de dejar al maestro hablar: La nuestra es una época de grandes migraciones desde el éxodo europeo a América, desde el siglo XIX.

Y, a partir de aquí, pinceladas de sentido que invitan más que a reflexionar. Las ideas de Rieff están por encima de aquellos que estamos escuchamos un discurso que lleva por título ¿De qué hablamos cuando hablamos de inmigración? Nuestra suerte pasa por poder rescatar ideas generales que engranar con nuestros propios pensamientos.

 

Ideas generales a partir de Rieff

-¿Qué ocurre?

1.- Unas 450 personas llegan diariamente procedentes de Oriente Medio a África. Y en el caso de África provienen de países como Camerún.

2.- Sólo en Baviera piden más de 300.000 personas asilo, 4 veces más que los africanos en Europa.

-“Nacer inglés es obtener el premio gordo en la lotería de Dios”, cita a Rieff.

-Inmigrantes que quieren entrar una y otra vez en suelo español, ¿por qué?

-África podría ser un lugar feliz, pero no lo es de ningún modo.

-Ellos vienen. ¿No vendrían ustedes?

-¿Y qué encuentran aquí?

-Europa es una Unión arruinada y desempleada pero que a sus ojos es muy diferente.

-Al comienzo de la crisis mediterránea de 2014, el ministro de Asuntos Experiores de Italia comentó que cientos de miles de personas que estaban en Libia, unas 600.000, intentaban entrar. Se le criticó de exagerado. Pero lo cierto es que la cifra es aún más alta.

-En España, ¿certificado de asilo? La UE ha adaptado pocas predicciones a la inmigración legal dentro de sus fronteras.

-El primer paso necesario para afrontar la inmigración es aceptarla tal cual es y actuar en consecuencia. Es el principal problema de la Unión.

1.- No hay trabajo en las fábricas para los inmigrantes. Ni sindicatos fuertes que los proteja.

2.- Muchos inmigrantes provienen del sistema islámico y esos países están crisis, algo que durará varias décadas.

-Una posible integración no puede evitar al multiculturalismo.

-Hay que apelar los valores republicanos para el multiculturalismo.

-No será fácil, pero será un futuro posible: islámicos sin relaciones intermedias. Intermediación entre países, y en la Unión. No se trata de una vuelta al cristianismo, eso sería algo hipócrita para aquellos ateos.

-En la primera cosa que hay que pensar de nuevo es en el papel del Estado. Entre los 90 y el 2014 el Estado ha perdido su fuerza en el desarrollo. Las sociedades multinacionales deben tomar el papel más importante. Una sociedad no puede hacer el papel de un Estado. Y en el caso de la inmigración es necesario que el Estado sea el sector decisivo.

– En este momento se habla mucho de la privatización de la educación. Bill Gates empieza con una verdad: el sistema educativo no funciona, pero su solución es el sector privado. Y no veo cómo el sector privado podría “hacer ciudadanos”.

-¿Cuáles son los principios maestros de Europa? Nadie sabe contestar a esta pregunta. Nadie sabe educar sobre lo que es importante. ¿El dinero? ¿Las vacaciones?

-Tenemos la idea de que los jóvenes emigrantes deben aceptar nuestros principios, los cuáles no podemos explicar.

-¿Hemos renunciado a nuestros principios o ya no sirven? Pregunta Ramón. “Murieron”, dice él.

-Hay autores que ofrecen soluciones frente a la problemática de Francia, pero lo que se ofrece como solución es hacer de Francia un Estado islámico. (Absurdo ofrecimiento).

-Hay una crisis moral en las clases superiores.

-Si tienes instituciones coherentes, habrá países coherentes. La bandera vino después. Pero las instituciones están rotas.

-Duda que los líderes actuales tengan la capacidad para hacer frente a esta situación, desde Hollande, Cameron, Renzi o Rajoy.

-Hay un republicanismo para cada época y tenemos que pensar un tipo de república para cada época.

-El modelo neoliberal puede servir a la economía, pero no sirve para hacer ciudadanos.

 

Son casi las 9 de la noche. Coges un taxi para volver a casa. Las ideas dan vueltas en una ruleta cuya fortuna parece haberse perdido. La inmigración es un problema mucho más serio de lo que nos imaginamos. Y podría decirse que hay varios tipos de inmigración. Desde la superficialidad de una reflexión que se queda en aceite sobre agua, en España podríamos decir que hay dos fundamentalmente: la que hemos vivido en lo últimos años del Gobierno de José María Aznar y principalmente en Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero,  y la que seguimos viviendo en Melilla y en las costas andaluzas.  La primera ha sufrido un cambio importante: cada vez son menos los inmigrantes de Latinoamérica que llegan a España a trabajar en la construcción y el servicio doméstico, y cada vez son más los españoles que marchamos a fuera, a otros países o a Latinoamérica a buscar oportunidades, no en el nuevo mundo, sino en un mundo reinventado o que reinventamos constantemente. La segunda no se acaba nunca.

Y entonces las palabras de Rieff empiezan a ordenarse en la cabeza de una, a tomar el sentido quizás que faltaba al principio de escuchar su exposición. Y la inspiración no hace otra cosa que rebuscar en las frases dispersas del pasado. Y ahí están. Están las palabras de las esposas de la inmigración que en el mes de diciembre de 2007 oyó. Esposas de inmigrantes entrevistadas por esta que escribe buscando respuestas a un fenómeno en el país que no parecía detenerse: la inmigración que aumenta, el multiculturalismo que se afianza como oportunidad.

Cuan ha cambiado todo.

Antes venían las esposas de la inmigración a acompañar a sus maridos que un día encontraron trabajo en España de manera legal. Ahora somos nosotros los que nos vamos. Y ahora son los que menos tienen los que lo intentan con más ahínco. Aquellos que menos tienen muchas veces no saben ni quiénes son.

Tras las ideas dispersas de Rieff con sentido, os dejo con esas esposas de la inmigración que conocí un día.

 

Las esposas de la inmigración

Málaga | Diciempre de 2007

 

inmigración mujeresUn país: España. Un lugar: la  barriada de San Luís de Sabinillas, Manilva, Málaga. Un motivo para escribir: la mujer inmigrante.

Tras la frontera, ¿esperanza? Cada vez que vamos por la calle observamos curiosos cómo en nuestro país conviven diversas culturas, diversas mujeres, diversos motivos. Cuando compartimos un vagón en el metro de “nuestra importante capital” somos incapaces de preguntarnos qué esconden esas miradas perdidas, tristes, vacías. Esos ojos que transmiten cansancio y amargura han sido testigos primarios de grandes historias, de una vida que ignoramos. Somos incapaces de leer en sus rostros el sentimiento que perciben con respecto a nosotros, los españoles nativos: ¿diferencia racial?, ¿color de la piel?, ¿necesidad? Somos incapaces de percibir lo que ellas anhelan simplemente porque a nosotras nos sobra.

En las tiendas de comida rápida somos atendidos por mujeres inmigrantes, latinoamericanas en la mayoría de las ocasiones. A las seis de la mañana son mujeres inmigrantes las que friegan las escaleras de nuestros edificios. En los agrestes campos de la globalización, son mujeres inmigrantes las que recogen la aceituna, el algodón y la uva. Son rusas, rumanas o moras las mujeres que crían a nuestros hijos, que planchan la ropa de nuestros maridos y las que reponen el papel higiénico de nuestros baños. ¿Qué ha movido a la mujer inmigrante a venir a España? Vienen a trabajar, a vivir con sus maridos que ya emigraron años antes en busca de una situación económica mejor. Vienen a criar y parir a sus hijos, a luchar por una estabilidad basada en la búsqueda de la felicidad. Por España sienten esperanza y por su país de origen nostalgia.

Hablemos de las esposas de la inmigración. Hablemos de sus hijas. Observémoslas caminar solitarias o acompañadas por el recuerdo. Compartamos su sentimiento, su necesidad, su dicha, su vida. Preguntémosles el porqué. Adentrémonos en el sentimiento, ese caprichoso seductor. Conozcámoslas.

 

En las calles del sur de España, una protagonista: la mujer inmigrante

Miro ensimismada el reloj de la cocina. Marca las seis. No funciona y aun así, el segundero no para de emitir en vano un continuo sonido. Suena y suena pero el reloj siempre marca la misma hora: las seis. En realidad estoy viviendo las 11,30 de un día de diciembre. En realidad me encuentro en el piso de un pueblo malagueño. En realidad me adentro en sus calles. En ellas, una protagonista: la mujer inmigrante.

El viento sopla despavoridamente despeinando el semirrecogido que lleva Sonia. Tiene 27 años pero sus facciones y su apenas metro y medio de estatura reflejan el paso rudo del tiempo, como si de un rostro y cuerpo anciano se tratasen. A diez metros, el mar. Sonia me explica, me habla mientras yo observo continuamente uno de sus colmillos de plata donde tiene grabado al revés un corazón. Sonia y su hija (que la acompañaba en ese momento) vinieron a España hace cinco años en busca de una situación económica mejor. ¿País de origen? “Bolivia”. A medida que yo le pregunto, Sonia acaricia nerviosa la coleta de su hija: “vine con mi marido, vinimos todos juntos, pero pretendemos ahorrar y después irnos. De momento nos quedaremos dos años más”. A Sonia le cuesta emitir frases con coherencia. Sus palabras suenan enrevesadas, aunque finalmente aclara con objetividad aquello que desea expresar. Hace cinco meses que dejó de trabajar como ayudante de cocina. Asegura que le gustó la acogida que experimentó cuando llegó a España: “mis compañeros de trabajo siempre me trataron bien y creo que la gente es buena en España porque cada vez que pregunto por la calle cuando me pierdo, los españoles siempre me indican”. Mientras escucho y comparto su sentimiento observo sus pies descubiertos. En ellos, unas simples sandalias.

Y de nuevo en el barrio. De nuevo en la calle. A diez metros, el mar.  A la salida de una carnicería árabe, observo a una mujer marroquí. En su cabeza porta un velo negro calado y sobre su delgado cuerpo de joven mujer, lleva un vestido moteado con manchas pardas. A su lado y siguiendo sus pasos le acompaña una niña. En Madrid la mujer marroquí no desvela la vida que esconde tras el velo. En Madrid no. No obstante, en este barrio malagueño, la madre de Aghanda se muestra simpática y decidida cuando permite a su hija contestar las preguntas que quiera formularle: ella no habla español. Llevan tan sólo un año viviendo en España. Aghanda tiene la tez oscura, como su madre. Carece de yihab  con lo que puedo contemplar un pelo rizado con reflejos dorados que amaina el viento en una coleta. “Tengo ochos años” me revela entusiasmada. Me agacho. Quiero escucharla de cerca. No perderme cada sonido de su fina y dulce voz. Mientras tanto, su madre mece el carro y sonríe curiosa. “Mi papá llevaba ocho años en Sabinillas cuando mi mamá y yo vinimos”. Su padre trabaja “en el mármol” para mantener a la familia. “Mi mamá no trabaja. Cuida del bebé que nació hace tres en Marbella”. Le gusta estar en España. Le gusta aprender, ir al colegio y jugar con sus amigos. Puedo apreciar su inteligencia: no duda, no titubea, contesta sin retorno a cada pregunta hasta que, cuando le hablo de un posible regreso a Marruecos, Aghanda fija sus ojos en los míos, mira con respeto a su madre sonriéndole y finalmente afirma: “he vuelto a ir a Marruecos, pero preferiría quedarme en España”.

Y de nuevo en el barrio. De nuevo en la calle. A diez metros, el mar. Necesito pan en rodajas. Me gusta tostarme pan para tomarlo con aceite de oliva. A la izquierda, doblando la esquina, hay una pequeña tienda atendida por Eva, una chica argentina de 23 años. Una radio se oye entre las bebidas y las especias. Intento escucharla mientras Eva me embolsa el pan: suenan canciones con ritmos latinos que hacen que la mañana discurra más amena. Tras el mostrador puedo observar a esta chica pequeñita de rasgos indios y diminutas manos que no para de gesticular a medida que me habla. Tiene los ojos negros y una mirada profunda en un rostro que aparenta el devenir del tiempo ¿Cuánto tiempo llevas en España?: “llevo en Sabinillas alrededor de dos años. Sí, dos años va a hacer”. Me fijo en su boca, en sus labios gruesos, en su aparato corrector. ¿Qué motivo te empujó a venir a España? ”Mi marido trabajaba en Argentina para una empresa española y hace tres años lo enviaron a trabajar a Málaga. Fue entonces cuando vine a conocer España, y, bueno, me quedé”. ¿Y el alquiler en España? “Vivimos de alquiler en un piso en Sabinillas. Considero los alquileres españoles razonables en función del sueldo medio”. ¿Te gustaría tener un bebé aquí en España? Sonríe, “no. Jaja. Soy joven, ¿un bebé? No, por ahora no” Le pregunto por la acogida que experimentó cuando llegó a este país: “la acogida española ha sido muy buena, me he integrado y actualmente estoy trabajando aquí, aunque la tienda no es mía”. Sin embargo, me revela que en Argentina se tiene otra conciencia, otro pensamiento acerca de la inmigración: “hubo un tiempo en el que llegaron a Argentina muchos chilenos, gente de Bolivia, Paraguay, Uruguay… y las diferencias se sienten en el hecho de no hablar con el mismo acento. Los latinos se consideran más discriminantes entre ellos que aquí en Europa”. Hablemos de sus ilusiones,  de sus sueños. A Eva le gustaría regresar en un futuro a su país: “pero todo depende, ¡hay tantos factores!” Entre ellos, sus padres y sus hermanos: “Desde que me vine a España sólo he ido una vez a visitar a mi familia. Pero afortunadamente, mantengo el contacto a través del teléfono y de Internet” A pesar de ser feliz aquí, necesita el cariño de los suyos. Un cariño que sabe que está esperándola al otro lado del Atlántico. Vive con la esperanza de recuperar el abrazo. Un abrazo que no signifique despedida sino un regreso definitivo: “mamá, he vuelto a casa y vengo para quedarme”.

 

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