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De Cerca

Firma de opinión en Cadena SER. 29 de octubre de 2024

Hannah Arendt ya lo escribió en Verdad y mentira en la política. «Y es que: ¿acaso un embustero no se agarra a sus mentiras con gran valor, sobre todo en el terreno de la política, donde puede estar motivado por el patriotismo o por otra clase de legítima parcialidad grupal?».

Y aunque el dicho popular de que la mentira tiene las patas muy cortas, hay mentiras que acaban construyendo una cultura de la violencia normalizada en la sociedad y sostenida en el tiempo. Mentiras que sobreviven porque hay quienes la protegen. Y aquellos que la protegen creen ostentar la verdad absoluta, el dominio sobre las otras, sobre nosotras.

Parece que la verdad nunca fue amiga de la política. Y, sin embargo, cuánta necesidad de verdad en política. Bueno, en realidad, en todas partes.

Fíjense, pensando en alto. Cuando vuelva a poner voz a una reflexión, probablemente ya sepamos quién ha ganado las elecciones en Estados Unidos. Kamala Harris publicó hace unos años una autobiografía titulada Nuestra verdad. Y justamente la fuerza de la mentira, la desinformación, el insulto, el descrédito, la manipulación y la compra de votos testosterónica —y en plena democracia, que es lo más sorprendente— puede dificultar que Harris se convierta en la primera presidenta de los Estados Unidos. Porque la campaña de Trump no se entendería sin la mentira como estrategia.

Y, sin embargo, ella simboliza todo lo que él rechaza, es el antídoto ante todo lo que Donald Trump representa. Frente al odio, sonrisas; frente al escándalo, serenidad; frente al insulto, proyecto; frente a la imposición, integración; frente a la manipulación, emoción. Pero antes que ella Victoria Woodhull en 1872, Margarate Chase Smith en 1964, Shirley Chisholm en 1972, Hillary Clinton en 2008 y 2016, o Elisabeth Warren en 2020. Ninguna lo consiguió.

No puede haber un tiempo para la verdad con tanto ruido.

La decepción sólo sanará con la verdad.

Este tiempo necesita de más mujeres. Nos necesita.

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ESTE fin de semana leí una entrevista en estilo indirecto que me conmovió bastante. Está publicada en una revista de un sector especializado para las pequeñas y medianas empresas (PYMES).

Cualquier buen periodista conoce (o debería conocer) su código ético y deontológico y saber que no se puede mentir. Fui testigo de esa entrevista concedida las navidades pasadas; pero recién horneada hace escasos días. La periodista le hacía preguntas razonables y fáciles de contestar y el entrevistado estaba entusiasmado de contestarlas pues era la primera vez que una profesional iba a su casa con el fin de publicarle un texto dedicado a su trabajo.

El sensacionalismo primó desde el primer párrafo. Ya incluso en el lead la primera mentira se hallaba. Y cualquier persona que conociese a ese buen hombre se hubiese sentido indignada al leer las palabras de esa entrevista mal redactada y con malas intenciones.

Por pura naturalidad, había emoción en la historia que contar. Sin embargo, la periodista en cuestión quiso posicionarla en un grado que rozaba la ficción y lo irreal. En una historia emotiva mezcló la mentira con el tiempo para que todo diese la vuelta y si había alguna lágrima que derramar, mejor que fuesen dos.

Escribo estas palabras porque me sentí indignada. Porque el periodismo va mucho más allá de la imaginación y de la novela barata y porque las buenas prácticas periodísticas no deberían abandonarse nunca. Desde mi punto de vista, deberían recordarlas a diario aquellos que dicen ser profesionales y que ejercen la labor desde la sumisión y la frustración.

Si la relación periodista-fuente está basada en la confianza, en este caso se perdió, o quizás no se encontró nunca…

Como bien escribió el reportero polaco Ryszard Kapuscinski, “los cínicos no sirven para este oficio”…

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