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De Cerca

África, ese lugar donde se enciende la vida cuando se apaga el sol. La madre. África, donde se respira al despertar, donde se sueña despierto. Donde los cánticos son rezos, donde el pollo no es carne sino alimento.

Y se va, se viene, se vuelve a ir, sin tregua, sin descanso, sin límites, pero sabiendo que el límite existe, que no se puede ir más allá, visiblemente, aunque se va más allá con la mirada, con el deseo y con la fe.

Fuego, baño en carne de mi carne. Tarde, luz de mi ser. Eso es África, el mundo al revés, la comunidad que engendra, la gente que crece, la sonrisa eterna, el abrazo del niño, la mirada que agita, la luz que te devuelve a la vida. El mundo al revés.

Un lugar, Mali. Cuando el terrorismo llega para que nos vayamos todos, o para que nos quedemos, o para que algunos resistamos, o para que hagamos lo que no queremos hacer, pero sí debemos. ¿Y qué hacemos? Lo que tenga que ser.

Se va, se viene, volvemos a ir, sin tregua, a nacer y vivir, a sobrevivir para morir.

Sobrevivir.

El pescador crea con sus manos para que la pesca sea al lanzar la red. No se quiere marchar. Desea navegar entre el fuego. ¿Por qué emigrar si soy fuego? ¿Por qué he de irme si el cielo ilumina mi destino? ¿Si soy África, vida, energía y deseo?

Entre el río Níger y el río Bani está el fuego, la vida. Mi vida.

La red lo atrapa, pero él no quiere. Lo atrapa. Y él quiere atrapar la vida. El pescador es fuego que arde, energía de la vida, pureza del esfuerzo.

Y una frontera al fondo, la que separa la elección. Ir o ir hacia otra parte. El fuego es baño en carne de mi carne, el alimento de mi ser.

Sus labios que dicen he de quedarme. Su mirada centrada en su labor, su mirada pensante. ¿En qué pensará el pescador?

Sobrevivir.

Su cuerpo suspendido en la barca. Su cuerpo, perfecta armonía de la vida. Perfecta templanza es su espalda. Su cuerpo y su boca, el equilibrio de la vida reflejado en el fuego de su energía, el perfecto negativo del cielo esperanzador.

El pescador navega. De momento no emigra. Se queda. Es fuego. El río lo guía. El cielo lo protege. Las nubes, advierten. Sabe cuál es el camino.

El pescador es consciente, allá están los 333 santos de Tombuctú. Y qué harán tan lejos. Por qué no están conmigo. Están con él. A lo lejos. Allá, con la Madrasa de Sankore, quizá, o en los textos sagrados del Corán.

Sabe que la red lo puede ahogar. El terror se camufla con su fuego, en las aguas del río; Mali, este es mi hogar. ¿Por qué de he irme si este es mi hogar? El fuego lo alimenta, el río lo guía, el cielo lo arropa. Su cuerpo sigue siendo el perfecto negativo de la vida en movimiento. Su boca. Incierta vida cuando no hay esperanza. No hay esperanza, pero habrá alimento.

Me quedo.

Sobrevivir.

África.

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