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Terremoto en Ecuador. Quito. 16 de abril de 2016
 

Publicado en BEZ el 19 de Abril de 2016 y en Aristegui Noticias

Son 45 minutos de trayecto en coche lo que separa, en la misma ciudad de Quito, el efecto de un terremoto. Al norte queda el susto, casas en pie sin sufrir daños, las anécdotas de cómo se vivió el temblor, familiares de muchas personas que aún no se han localizado en la costa, que saben que están vivas, y que no son capaces de rescatar, las oraciones y la movilización ciudadana que no deja de donar todo lo que tiene para ayudar a los damnificados, así sea su propia sangre. Al sur de Quito, en la zona de Ciudad Futura, entre los perros que rebuscan en la basura, entre vacas que pastan en los cercados de las casas mientras las gallinas se pasean con los gatos al borde de las aceras, donde el grafiti es el elemento del decorado barrial, y donde el humo negro y denso, de los autobuses y los carros, se confunden con calles sin planificar, se encuentra el hueco de lo que un día fue el hogar la de familia Oña Erique.

La casa tenía tres plantas y una parte intermedia que hacía de garaje. Durante la tarde del pasado 16 de abril todo se vino abajo. Se hundió por debajo de su propia superficie. Los dos coches de la familia han quedado aplastados con los escombros. Los electrodomésticos reducidos en planchas. La estructura es hoy un amasijo de hierros difíciles de ubicar. Documentos, cuadernos y libros se confunden con el lodo, como juguetes y peluches, ahogados en los charcos que no paran de crecer debido a la ruptura de las cañerías que dejan salir el agua perdiéndose hacia ningún lugar. Sartenes y cacerolas sobreviven sin calcinar ennegrecidas. Y aún se puede apreciar el colchón y las hamacas donde descansara la familia.

Dos policías nacionales son los que custodian el hogar a cielo abierto ante las miradas atentas y curiosas de los vecinos, como la de Francisco Caiza que, con ganas de hablar, aún no se explica cómo ha podido suceder algo tan terrible y no deja de dar gracias a Dios al mantenerse con vida él y su familia. Su nieta Melani, de no más de cinco años, pasea curiosa con su abuelo y, ante la pregunta de conocer qué es lo que ha pasado, ella responde que muchas casas “han sido hechizadas”.

¿Y la familia Oña? El policía de piel morena y ojos claros responde que ha sido trasladada a uno de los albergues, pero no saben con certeza cuál: por sorprendente que parezca, se salvaron todos. Igual sí fue un hechizo, o un milagro. El albergue más cercano es el de Quitumbe, aseguran, a pocos minutos de la casa. Pero al llegar a la zona de Quitumbe, ningún vecino sabe localizar el albergue. En las oficinas de la Policía Nacional no hay información al respecto de dónde está la familia, y nos envían a preguntar al cuerpo de bomberos, que además están recibiendo también donaciones para enviar al aeropuerto. Los bomberos creen que pueden estar en el lugar contiguo a pocos metros de ahí, en el edificio de la Policía Metropolitana de la Unidad Operativa Zonal de Quitumbe.

Y efectivamente. ¿La familia Oña? “Sí, yo soy uno de los hijos”. El que responde es Víctor, que conversa con amigos de la Universidad que han ido a verle, y a llevar comida y ropa a toda la familia. Remigio Oña es su padre, y Rosario Erique su madre. En total son cuatro hermanos: Maribel, Francisco, Diana y él. En ese momento, en la Unidad Zonal, sólo se encuentran tres de los hermanos. Víctor tiene 25 años y, sin ganas de gesticular y de vocalizar por el peso de la pena, empieza a narrar lo sucedido junto a sus hermanos y sentado en una de las literas del lugar que los acoge. “En ese momento cada uno de nosotros estaba en su respectiva habitación, yo estaba con mi portátil y mi papá en su cama. Y entonces se empezó a sentir el primer temblor muy duradero. Y después se empezó a sentir otro temblor super super fuerte”. Víctor continúa: “Yo sentí miedo porque el temblor duraba demasiado para lo que suelen durar habitualmente. Y le dije “¡papi, papi, salgamos!”. Y él me decía, “¡no, quédense, quédense!”. Y le insistí “¡salga, salga!”. Y salí corriendo fuera y él no salía. Cuando vio que estábamos saliendo por el pasillo le dije “¡venga acá papá, venga acá!”. Y cuando mi papá venía, siguió más duro el temblor. Cuando ya una columna del tercer piso colapsó, empezó a colapsar en cadena. Y cayeron las losas. Las planchas de cemento empezaron a caer, ta-ta-ta, y se desplomó la casa”.

En ese momento, todos los hermanos y el padre, Remigio Oña, estaban fuera de la casa. Y vieron con sus propios ojos cómo se les derrumbaba su hogar. Salieron descalzos y con lo puesto, sin poder actuar más allá de la reacción misma de supervivencia de salir a la calle. Su madre, que sustenta a toda la familia laborando como cocinera en el bar de la Escuela Politécnica Nacional al encontrarse su marido desempleado, no había llegado aún del trabajo. Diana, de 18 años, y con la tristeza dibujada en su rostro, deja a relucir la evidencia misma de su tragedia. Se iba a acostar en ese mismo momento y salió a la calle sin pensarlo. Francisco, el hermano de 22 años, nunca pensó que se les derrumbaría la casa. Sólo pensaba en salir afuera.  Y después… ¿qué pasó? “Después vinieron los vecinos”, continúa Víctor. “Usted sabe que la gente aquí cuando ocurre algún tipo de desastre, se vienen y se amontonan.  Y dijeron, “¡si hay gente arriba, ayudemos a sacarlos!”. Y mi papá dijo, “tranquilos señores, todos salimos””. “Quédense conmigo, vecino, yo le ofrezco mi casa”, eran las palabras que más escuchaban en ese momento y empezaron a brindarles ayuda con monedas y donaciones. Después llegó la policía y empezaron a acordonar la zona, más tarde llegaron los bomberos, “los del COE” (Centro de Operaciones de Emergencia del Distrito Metropolitano de Quito) y “los del Municipio de Quito”.

La primera noche el COE los llevó al lugar donde se encuentran, la Unidad Operativa Zonal de Quitumbe. En la mañana del 17 de abril, el Municipio y sus familiares más allegados, les ayudaron a retirar los escombros de lo que quedara de su casa, y a retirar lo que se pudiera, como la ropa que sin remedio quedó enterrada. La incertidumbre sobre sus vidas pesa en sus miradas pero reconocen que el Alcalde, Mauricio Rodas, y algunos concejales han hablado con sus padres. Y esto sólo significaría una palabra: esperanza. Pero… “cómo le explico a usted”, dice Francisco, “que se levanta por las mañanas en su casa y ya sabe qué hacer en el día, ¿no es cierto? Uno ahora se levanta y no sabe qué hacer, ni sabe qué va a pasar. Hoy día me tocaba el preuniversitario y no sabía con qué irme”.

La familia Oña Erique es una familia humilde cuyos hijos tienen una educación digna de admirar y muchos sueños por cumplir. “La mayoría de nuestra familia”, expone Víctor, “no ha pisado la Universidad, pero mi mamá es la que siempre nos ha animado a estudiar. “Saca el título, y sé un profesional”, me ha dicho siempre. Y me he enfocado en eso, en ser un profesional y ser el orgullo de mis papás”. Él estudia Ingeniería en Ciencias Económicas y Financieras en la pública. Francisco tiene cursos de preparación para el examen preuniversitario hasta junio, momento en el que debe examinarse para entrar también en la Universidad. Diana está cursando tercero de bachillerato, su último año de colegio, y ha visto sus sueños truncados, “pero gracias a Dios tengo a mi familia viva, que es lo más importante. Es duro, pero tenemos que ser fuertes y salir como podamos”, asegura convencida.

La ayuda de los ciudadanos para esta familia no deja de llegar: “es muy hermoso, realmente, que vengan y te den consejos. Y que te recuerden que te salvaste de milagro porque estabas dentro de la casa”, dice Francisco, “se nos desplomó la casa en nuestra propia cara”. “Pobre gente en Pedernales que todavía está atorada”, continúa la conversación Diana, “en cambio nosotros, es un milagro. Logramos salir todos”. La colección de factores es posiblemente lo que hiciera derrumbarse la casa de los Oña, y no la de sus vecinos, aunque todos sintieran en su piel la misma intensidad del sismo. Factores como una planificación pobre, una estructura artesanal, la inestabilidad del terreno y la intensidad del temblor. “Es una suerte”, termina Víctor, “pero… mi padre trabajó siete años en esa casa. Y nosotros lo ayudamos. Fue ver cómo se desplomó el esfuerzo de nuestro padre en nuestros ojos”.

 

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