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Publicado en El País, blog Mujeres, el 19 de enero de 2017

Sin diálogo, sin capacidad de interpretación, sin sensibilidad emocional… Donald Trump es esa persona que ha demostrado que capitalizando la ira y el odio puede convertirse en presidente de los Estados Unidos. La última rueda de prensa dejaba, aún más en evidencia, su desidia, su falta de liderazgo, su aceptación ante críticas constructivas, su carencia de tolerancia, su falta de comprensión. A muy pocos se les pasa por la cabeza la pregunta de… ¿y si, después de todo, lo hace bien? Nada. Ni un atisbo de incredulidad.

Donald Trump se ríe del mundo mientras Estados Unidos entra en crisis. Una cosa es el tipo de liderazgo que Estados Unidos haya escogido el pasado noviembre para sus próximos cuatro años y otra muy distinta el tipo de liderazgo que le convenga.  Según la bióloga Helen Fisher, la habilidad verbal, la capacidad para interpretar posturas, gestos, expresiones faciales y otros signos no verbales, sensibilidad emocional, empatía, excelente sentido del tacto, del olfato y del oído, paciencia, capacidad para pensar y hacer varias cosas simultáneas, una amplia visión contextual de las cosas (…), talento para crear redes de contacto y para negociar (…), preferencia para cooperar, llegar a consensos y liderar sirviéndose de equipos igualitarios… son capacidades innatas que poseen las mujeres, pero también refleja un estilo de actuación que obvia el próximo presidente de los Estados Unidos. Algo que, jamás se le pasó por alto a Barack Obama.

Durante la campaña electoral, buena parte de la sociedad estadounidense recordaba a Victoria Woodhull, la primera mujer que presentó su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos en 1872 por el partido Equal Rights. Se acordaban de ella siendo conscientes de que Hillary Clinton no fue la primera, pero tampoco la segunda. “He sido más a menudo discriminada por ser mujer que por ser negra”, pronunció Shirley Chisholm el 21 de mayo de 1969 en su discurso al Congreso en Washington. Después, el 25 de enero de 1972 se convirtió en la candidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos. Nunca ganó las primarias. Las tres compartían varias cosas: la capacidad de diálogo, la determinación, la insistencia y la capacidad de alentar: “A todas las niñas: nunca duden de que ustedes son valiosas y poderosas, y que ustedes deben perseguir e ir por sus propios sueños”, dijo Hillary Clinton.

Otra mujer mencionada en plena campaña electoral por muchos de los voluntarios que apoyaban la candidatura de Hillary Clinton era Geraldine Ferraro, la primera mujer en ser candidata a la Vicepresidencia de los Estados Unidos por el Partido Demócrata en las presidenciales de 1984. En 1979 ya fue miembro de la Cámara de Representantes por el distrito 9 de Nueva York. Posteriormente, se convirtió en embajadora de los Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. De ella, aún se recuerda su liderazgo y su preparación.

Con Donald Trump, Estados Unidos entra en un periodo de crisis. En una crisis política, en una crisis de liderazgo, en una crisis de valores, en una crisis de derechos. Miles de mujeres llevan preparando desde hace semanas la marcha de Washington el próximo 21 de enero. Con ella, también las marchas gemelas que se celebrarán en otras ciudades del país. No dejen de visualizar la página www.womensmarch.com. El objetivo es claro: rechazo. Porque rechazo es lo que él ha mostrado por más de la mitad de las personas que viven en el país que presidirá. Para muchas mujeres, Donald Trump supone un rechazo al feminismo, un rechazo a los derechos de las mujeres del país y, obviamente, actuando desde el punto de vista más autoritario. De hecho, muchos medios de comunicación, para acentuar la época que se viene, como si durante la campaña electoral no hubiesen sido lo suficientemente claros, empieza a comparar el “trumpismo” (aludiendo al concepto usado por Mar Esquembre) con el “fascismo”.

Los americanos llegaron tarde a comprender que ser mujer no era sinónimo de votar por Hillary Clinton. La era Trump arranca con una crisis que desconocemos si se profundizará con el paso del tiempo. Lo que sí sabemos es que no tendrá vuelta atrás. El activismo femenino dará paso a nuevos liderazgos, a nuevos protagonismos. Donald Trump tiene a la mayoría de mujeres en contra. Sin liderazgo femenino y sin el estilo admirado que un día impulsaron diferentes mujeres en Estados Unidos, arranca un Trump más temido que respetado.

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Artículo publicado en Beerderberg Magazine (Diciembre 2016)

Hillary Clinton podría haberse convertido en la primera mujer presidenta de los Estados Unidos. El deseo de lo que podría ocurrir “por primera vez” generó una gran expectativa a lo largo de la campaña. El deseo de la novedad se percibía imparable. Y la percepción del deseo se iba ampliando cada vez más. Por ello, se iba asentando la idea de que el voto femenino alzaría a Hillary Clinton a la presidencia. Pero ser mujer no era sinónimo de votar a Hillary Clinton. No era así y no fue así. No obstante, Hillary sí necesitaba un buen número de votos femeninos que harían mover la balanza. Además, el machismo exacerbado de Donald Trump pudo interpretarse como el origen de una movilización masiva hacia Hillary. Según la encuesta de CNN, un 42% de las mujeres que salieron a votar, lo hicieron a favor de Trump, mientras que el 54% lo hicieron por Hillary Clinton.

Esto demuestra que sí, que la mayoría de las mujeres que votaron en Estados Unidos se decantaron por la candidata demócrata. Pero el dato no supone una gran diferencia. Y es en la diferencia donde está la clave. Como cuenta nación321, del 37% de las mujeres blancas que votaron, el 53% se decantó por Trump. Ahora bien, con el voto de las mujeres latinas y afroamericanas no se logró hacer historia, puesto que sólo el 6% y el 7% salió a votar. Este dato puede que sorprenda, sobre todo porque días antes de la elección ya se barajaba la victoria de Clinton debido al número de votantes latinos que habían ido a votar antes de la elección. Pero ser latino, tampoco era sinónimo de votar por Hillary.

Aunque parezca de manual, la desinformación fue uno de los principales problemas de la campaña. Un buen porcentaje de las mujeres latinas, afroamericanas, así como de las que carecen de más recursos, desconocían el proceso necesario para poder ejercer su derecho al voto. No sabían dónde había que registrarse, cuándo, dónde estaba su colegio electoral, candidato o candidata al Congreso… Parte de este error se demostró en el famoso “puerta a puerta” que empezó a hacerse prácticamente seis días antes de la elección. Para entonces, revertir el error, ya era demasiado tarde. Ya no se podrían registrar y animar a votar a personas que no podían hacerlo podría significar una pérdida de recursos y esfuerzo, sobre todo por parte de los voluntarios que apoyaban la campaña. Ya sólo quedaba el que las personas incapaces de poder ejercer su derecho al voto, cada una por sus motivos, pudiesen movilizar votantes que sí podían hacerlo: familiares, amigos, conocidos, etc.

Fue imposible romper el techo de cristal en Estados Unidos, pero esa imposibilidad ha dado lugar a lecciones que aprender de esta campaña. Puede que exista quien vea la victoria de Trump como el cambio hacia un nuevo ciclo político. Pero los ciclos políticos tienen que ver más con la situación económica que con la política o el candidato. Y esto puede explicar buena parte de la fuga de votos hacia Trump. Hillary Clinton se pudo hacer con parte del voto indignado fruto de los errores de Trump. Pero si hizo algo bien Trump fue capitalizar el odio y sus propios errores a través de los medios de comunicación. Adicional, hay que contar con el voto indeciso. Muchas mujeres lo estaban a cinco días de las elecciones. Y la indecisión también es parte de una decisión. Sabían lo que no querían y desconocían si Hillary Clinton era la persona que pudiese conseguir aquello que demandaban. Sorprendentemente, las demandas no estaban en el núcleo principal del discurso de las mujeres indecisas: su indecisión estaba alimentada por la duda de si Hillary Clinton continuaría con aquello que les pudiese desencantar (impuestos, reforma sanitaria, impuestos, errores de la Administración Clinton, impuestos…).

Por otro lado, la “subsegmentación” se percibió débil. Y puede que entre otros errores estuviese el meter en el saco de “las mujeres” a todas las mujeres. Las mujeres en Estados Unidos suponen ser una minoría determinante que está infrarrepresentada y lo seguirá estando con la presidencia de Donald Trump. Mujeres, con sus problemas particulares, que viven en uno u otro Estado y a quienes les afectan diferentes temas en diferentes grados: pobreza y oportunidades, trabajo y familia, violencia y seguridad, derechos reproductivos, salud, participación política, etc. Para acercarse a todas las mujeres, la investigación aporta datos que pueden vislumbrar la estrategia que dé origen a las acciones más efectivas para conectar con cada una de ellas de manera prácticamente particular. Pero la demoscopia tradicional está en crisis. El pasado mes de junio, se pudo demostrar que se venía arrastrando la tendencia de que Google obtenía mayor número de búsquedas para Donald Trump que para Bernie Sanders o Hillary Clinton. Esto no podría significar mucho, puesto que quien gana en las tendencias de búsquedas en Google, gana en las tendencias de búsquedas de Google. Ganar en las tendencias de búsquedas en Google no es sinónimo de ganar las elecciones, aunque en muchas ocasiones coincida. Jamás se podrá saber con qué sentimiento o intención buscan las personas que buscan. Y tampoco se sabe qué hacen realmente los usuarios con la información que recogen de las búsquedas. Pero no por ello hay que prestar menor atención.

A diferencia de Google, a través de Facebook y haciendo una simulación de la creación de una campaña publicitaria, se pueden conocer los intereses de las mujeres en Estados Unidos. Facebook ofrece una información más que puede ayudar a acercarse de manera diferente a una parte del electorado. En junio, en el artículo que publiqué “Google y el voto hispano en Estados Unidos”, comprobé que durante ese mismo mes de junio, Hillary Clinton fue la candidata con menos usuarias hispanas activas en esta red interesadas por ella. El candidato que tenía más usuarias hispanas interesadas fue Bernie Sanders, seguido de Donald Trump. Esta es una lectura más, pero pudiese haber sido suficiente para partir de una tendencia que hubiese generado menos sorpresas.

Es verdad, Hillary no consiguió ganar, pero ya ha abierto el camino a muchas mujeres e inspirado a otras tantas, cada una con una historia que motiva e inspira a muchas otras. No hay que olvidar que hubo mujeres que sí ganaron las elecciones de Estados Unidos, como Catherine Cortez Mason, senadora en Nevada, Ilhan Omar, la primera legisladora de origen somalí, o Kate Brown, gobernadora de Oregón.

El discurso de la derrota de Hillary Clinton es probablemente el discurso más sentido y más sincero de toda la campaña. Y ahí sí, no era momento de “subsegmentar”, ni de dirigirse a aquellas que no sabían que había que registrarse, ni de hablarles directamente a las que estaban indecisas, ni de haber convencido a aquellas que votaron por Trump, ni tampoco de confrontar con aquellas que no estaban de acuerdo con la Administración Clinton del pasado, y tampoco de reprochar a aquellas que habían optado por la candidata del Partido Verde, Jill Stein. Era momento de hacer un llamamiento único. Lo hizo, para todas las mujeres, más allá de las fronteras de Estados Unidos: “Sé que aún no hemos quebrado ese vidrio que impide que una mujer sea presidenta y espero que alguien lo logre mucho antes de lo que queremos. Mujeres, nunca lo duden: son poderosas, valerosas y merecen cada oportunidad en el mundo para lograr sus propios sueños”.

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Publicado en BEZ el 12 de Noviembre de 2016

La derrota del Partido Demócrata deja paso a la reflexión segundos previos a la noticia definitiva que alzaba la presidencia para Donald Trump. Tener la mejor campaña electoral no significa tener ganada de antemano la elección. Los demócratas presentaron una estrategia más acertada, la escenografía que ha hecho levantarse al pueblo americano, y cientos de organizadores y voluntarios que han trabajado dejándose la piel en cada llamada, en cada mensaje, en cada casa. La ilusión podría adelantar una victoria muy justa para Hillary Clinton y esa fue la píldora que alimentó la noche electoral. No obstante, la sorpresa dio paso a la indignación y, con ella, las claves de una derrota que se podía haber evitado.

Las encuestas

La demoscopia tradicional está en crisis, en Google no están todas las respuestas y leer las métricas de Facebook es importante. En Estados Unidos podemos encontrar más sondeos y más noticias entre espacios cada vez más cortos, pero con escasa influencia en la sociedad. La información que obtenemos no es determinante, pero si puede situarnos ante los escenarios posibles. La locura sólo se instaló en el escenario posible de los analistas, no por certeza, sino porque marcaba la diferenciación. Hillary ganaba ante todo pronóstico y esa victoria movilizaba cada vez más a un voto oculto, la movilización oculta de la indignación que seguirá siendo oculta mientras se siga apostando por la mediocridad de los sistemas. No hablarán, o mentirán al preguntarles por quién votarán. Por último, una gran parte del electorado que sabía que ganaría Hillary con una amplia diferencia, cedieron el voto al partido republicano con la única argumentación que los motivaba: cambiar. Un cambio que también estaba representado en Bernie Sanders.

Ser latino no significaba votar a Hillary Clinton

Días previos se instaló el sentimiento de que los latinos ya le habían dado la victoria a Hillary días antes de la elección por haber votado con anterioridad. Creer que ya se tiene la victoria de antemano y hacer calar la noticia previamente puede movilizar un electorado dormido que aún está indeciso. Además, se le dejaba al rival la oportunidad de asegurar su voto duro y hacer hincapié en sus indecisos, sobre todo en aquellos republicanos que la votarían a ella por no estar de acuerdo con Donald Trump como candidato. Por otro lado, no son pocos los latinos que no votan a Hillary Clinton. El motivo no es que estén de acuerdo con los republicanos, sino que no están de acuerdo con la administración “Clinton” en el pasado: tanto las decisiones que tomó su marido Bill Clinton, como su experiencia a lo largo de su carrera profesional. Esto, el Partido Demócrata, no lo supo ver.

Ser mujer no significaba votar a Hillary Clinton

No todas las mujeres votaban a Hillary Clinton. Se quiso aprovechar la oportunidad de hacerse con el voto indignado de las mujeres fruto de los errores de Trump. Pero un gran número de mujeres estaban indecisas a cinco días de la elección. ¿Por qué? Porque se cometió el error de meterlas a todas en el mismo saco de segmentación: las mujeres. Cada una de ellas es muy diferente en Estados Unidos, con procedencias diferentes, que viven en territorios distintos, casadas o no con nacionales o inmigrantes, con hijos o sin ellos, con trabajo o sin él, con enfermedades o no… El Instituto de Investigación de Políticas de la Mujer (IWPR) ofrece una buena radiografía. Ser mujer no era votar a Hillary Clinton, como tampoco lo era el hecho de que las mujeres le darían a una mujer la presidencia americana. Otras mujeres decidieron castigar a la administración Clinton y ceder el voto a Trump o a la candidata del Partido Verde, Jill Stein. Y otras, sencillamente, se sienten identificadas con las propuestas de Trump. Adicional, los demócratas eran conscientes de que presentaban a una candidata en un entorno de hombres y excesivamente masculinizado por la campaña de Trump que les restaría puntos.

La desinformación

El sistema de votación en Estados Unidos es algo complejo: se celebra en un día laborable, hay que estar registrado al menos desde un mes antes, el voto no está unificado y cada Estado tiene sus normas y sus propias consultas el mismo día de la votación. No todos las personas con ciudadanía y opciones para votar conocían el proceso. Gran parte del electorado que necesitaba Hillary Clinton para ganar, como el latino, no sabía las fechas en las que debían registrarse, dónde debían ir a votar, o cuál era su candidato o candidata al Congreso y las propuestas que se ofrecían por territorio. Esto parece básico, pero la desinformación fue un problema para las minorías que podrían haber alzado a Hillary Clinton a la presidencia. La información les llegó a través del ejercicio del puerta a puerta los últimos días de campaña. Y, por desgracia, ya fue demasiado tarde. Por otro lado, la tecnología del Partido Demócrata estaba al servicio del conocimiento. Con las bases de datos que tenían, se movilizó al electorado en cuatro tiempos: voto indeciso, voto blando, voto duro y asegurarse de que el voto duro iba a votar. No obstante, y a pesar de que tenían las listas de cada una de las personas para acercarse a ellas gracias a la tecnología, sólo hicieron hincapié en la movilización del voto de manera física sin pensar que esas bases de datos pueden complementarse con la identidad digital. En esa identidad digital, existía una oportunidad para exponer un altavoz mayor para la información y la movilización.

Sin emociones

Hillary Clinton se perdió en el ataque. Ambas campañas electorales fueron técnicas cuya argumentación estuvo centrada en la defensa y en el ataque al rival. La personalización del mensaje emocional no existió. Y “stronger together” acabó siendo una petición a la desesperada aunque con prudencia. Los discursos tenían por objetivo levantar el voto del miedo al rival, pero no de movilizar al electorado que necesitaba una esperanza de futuro ante los cambios que Obama no ha podido realizar. No había pasión, ni palabra mágica para Hillary que levantara corazones, y el odio al adversario no podía ser el eje vertebral de su campaña. Odio que también levantaba la prensa. Los medios de comunicación le hicieron un flaco favor a Donald: acaparar la atención mediática, también es tener la oportunidad de influenciar.

La infrarepresentación de las minorías, que hoy son la nueva mayoría de los Estados Unidos, seguirá estando infrarepresentada. Donald Trump y Hillary Clinton han subrayado la crisis de liderazgo que existe en el mundo. Una crisis que seguirá levantando de manera oculta la indignación de más minorías. El gran reto de Estados Unidos será conocer a su sociedad, especialmente el camino que emprenden los millennials, escucharla, comprenderla y ofrecer propuestas a tiempo centradas en la diversidad representativa del país.

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