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Sigo planteándome ese diferencial existente entre las personas urbanitas y aquellas de los pequeños pueblos. Preguntando a las personas, es evidente que, una vez terminada su jornada laboral, se van al bar a compartir una copita o una cervecita o, simplemente, regresan al descanso de sus casas empleando como mayor medio de entretenimiento la televisión.

Aún, el placer de leer no se ha fomentado todo lo que se debería. A pesar de las diversas ferias que se celebran y a pesar de que el número de lectores va aumentando de manera considerable. No obstante, ¿leemos poco? Está claro que, en el metro, la lectura es el modo más utilizado por los viajeros, no sólo de entretenimiento sino también como modo aprendizaje: un método que aumenta nuestras ansias de curiosidad y que responde diversas cuestiones metodológicas que plantea nuestro intelecto y conocimiento. Pero el metro no existe en todas las ciudades…

Leer es un placer, navegar entre las páginas de un libro, de una novela o de un ensayo… Sumergirse en el argumento y formar parte de él, conocer a los protagonistas e incluso ser partícipes de sus vidas y sus aventuras… Ser testigo fiel de esas palabras que, en nuestra memoria, se transforma en ideas imaginativas y visuales al mismo tiempo que buscamos en cada resquicio de cada signo ortográfico, la relación con ese compendio literario…

Insisto, leer es un placer…

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Aparece en los periódicos un hombre en quien debemos reparar. Su nombre es Tsutomu Yamaguchi. Sorprendente es la historia que cuenta. Es un superviviente de 1945. En ese año, un ataque estadounidense se cobró la vida de miles de personas. En ese año, la bomba atómica caería sobre Hiroshima y Nagasaki. A Yamaguchi el destino le tenía reservado un momento trágico: vivió en primera persona los atentados de las dos ciudades. Pero, afortundamente, la suerte le ha acompañado a lo largo de toda su vida… Este japonés de 93 años lo cuenta.

Al percatar la experiencia de este sobreviviente, me viene a la cabeza una obra que leí hace algo más de un año. Se titula Hiroshima, valga la redundancia. La tinta corría de la mano de John Hersey que, con palabras sutiles, directas, carentes de un estilo literario dórico, jónico o corintio, narra de manera noticiosa el acontecimiento. Lo narra tal como fue desde la perspectiva, en primera persona, de varios testigos que soportaron tan horrendo espectáculo: cuatro hombres y dos mujeres. Leer estas páginas no sólo suponen una lección de periodismo, también engordan las ansias de conocer, de saber más desde otro punto de vista. Mientras Truman Capote acusó a Hersey de ser “un simple mecanógrafo”, otros periodistas, como Arcadi Espada, calificaron su trabajo como “el mejor reportaje jamás escrito por un americano”. Un mecanógrafo, sí. Y una obra espectacular.

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Y así fue como pasó… Sus palabras terminaron… Ya pasaron… Se acabaron… Se estaban yendo… Y se fueron. Se estaba terminando un libro. Este libro. Terminó. “Muchas veces me pediste que te contara esos años”.

 

El 20 de septiembre de 2007 conocí personalmente al autor de este libro. Juan Cruz Ruiz. Pero probablemente él ya no se acuerde… Quizás por eso, para que no se le olvide aquello que vive, escribe… Por eso, quizás, Juan recuerda y cuenta esos años, Muchas veces me pediste que te contara esos años, para que no se pierdan en el olvido, ni los borre el aire, ni la brisa de esa isla que tanto quiere…

 

Este libro. Una colección de palabras en párrafos inseparables que quieren perpetuar la vida de un periodista. De un escritor. De un amante. De un vividor. De un padre. De un amigo. ¿Una biografía? Quizás. ¿Una lección de periodismo? Puede. ¿De literatura, poesía, teatro, cine e historia? También. En este libro se descubre la ilusión por los sueños, la preocupación y la amistad, la vocación de un quehacer, la fantasía de la niñez y el trágico miedo de la vejez… Así es… El trágico miedo de la vejez…

 

Y quizás yo, soñadora, leo este libro… Por vocación o por la ternura y la sensible sensación que me evocan sus palabras y su estilo…

 

Sus palabras terminaron… Ya pasaron… Se acabaron. Terminó… Así fue como terminó…

 

“(…) Se salva una carta, una sola, y ésa se lee en silencio, mientras uno va pensando cómo le da la mano al tiempo que nos queda.

Ya tu patria es el tiempo

Ojalá”.

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