Publicado en BEZ el 21 de Abril de 2016
La situación en Ecuador sigue siendo crítica, no sólo por el terremoto del pasado sábado 16 de abril, sino por las réplicas que se están sucediendo –van más de 540- y que se sienten en otros lugares del país, como en Quito, la capital. El 19 de abril, el sismo de 5.9 a las 17:22h hizo saltar las alarmas, junto con el de 6.1 que se sucedió en la madrugada (3:33h del día 20, hora ecuatoriana). Las manos no sobran para buscar a más personas en las poblaciones y cantones más afectados de la costa, como Manta, Portoviejo, Bahía, Conoa, Jama… El tiempo y el calor no ayudan porque hace aumentar la descomposición de los cuerpos que aún no se han encontrado. El olor de la putrefacción aumenta entre esos 26 y 38 grados que se viven y se hace insoportable ayudar a las víctimas que aún puedan estar bajo los escombros. Esa es la realidad. Y lo que se viene ya es el temor a una gran crisis sanitaria.
El terremoto
Ricardo Loor vive en la periferia de Portoviejo, a unos 5kms del lugar de la devastación en esta ciudad. Él suele viajar a Quito habitualmente al tener un emprendimiento con un socio venezolano. Pero ese día… “Yo estaba en casa con mi esposa, con mi hijo de ocho años y con mi bebé de cinco meses. Justamente me había despedido de ellos porque tenía que resolver unos asuntos al otro lado de la ciudad. Mientras estaba en la primera planta buscando las llaves del carro, empezó el terremoto. Y mi reacción fue subir nuevamente al segundo piso a rescatar a mi hijo pequeño. Mientras subía las escaleras la energía se fue y quedamos en tinieblas”. Pasó “terror”. “Alcancé a coger a mi hijo, mi esposa cogió a mi hijo mayor y ellos se metieron al clóset. Escuché que estaban ahí, entre y me puse encima de ellos a esperar que la casa cayera. Fue un movimiento demasiado fuerte. Sin embargo, en ese momento, no sé si estuvo bien o no estuvo bien, pero pensé que teníamos que ir al patio. En el patio sabía que podíamos estar a buen recaudo para que no nos cayera nada encima y tomé la decisión, con mi hijo en brazos, de salir corriendo y bajar nuevamente las escaleras en medio del movimiento y la oscuridad”.
Ricardo mientras bajaba las escaleras, se golpeó con la pared, y también golpeó involuntariamente a su hijo contra los muros debido a la brusquedad del movimiento que sentían bajo sus pies. Abrió la puerta por fin y logró salir con su bebé. Su hijo mayor, después de unos segundos, también alcanzó a salir. “Gracias a Dios pudimos salir todos y ponernos debajo en el carro que estaba en el patio. Pero el terremoto continuaba. Vimos la muerte de frente. Yo esperaba a que la casa de desplomara y nos aplastara a todos”. Se salvaron aunque la sensación de ese momento fuese eterna. Cuesta creer que todo eso pasara en menos de un minuto. Pero pasó.
La ayuda, los desaparecidos y los muertos
La solidaridad del pueblo ecuatoriano no conoce de límites. Tampoco la de la comunidad internacional. Todo el país se ha movilizado para aportar agua, pañales, ropa… Lo que sea. En las farmacias de Quito empiezan a faltar medicamentos, como el Paracetamol. Y el agua escasea ya en muchos comercios. La ayuda es cuantiosa, sí, aunque existan dudas sobre el reparto equitativo de la misma y las formas de la dosificación de los enseres. “Hay colas extensas, la ayuda no se está coordinando de manera adecuada. La gente entra en caos. Y eso provoca que la gente entre a robar y haya delincuencia. Es un caos social el que se vive en las ciudades”, dice Ricardo Loor. En Bahía o en Pedernales, muchas personas están empezando a asaltar los transportes que llegan con las ayuda por la desesperación y la necesidad. Por este motivo, empresas, familiares y amigos han decidido alquilar coches para viajar hasta allí y entregar en mano a conocidos y desconocidos lo que puedan aportarles.
Hay familias que ayudan codo con codo junto a grupos de rescatistas. Pero muchos se sienten impotentes por no poder hacer más por las víctimas, especialmente en Pedernales. Agradecen toda esa ayuda pero parece que hay poco que se pueda hacer ya… Aseguran con el llanto tatuado en su voz que hay mucho alimento y poca gente viva en mitad del sol. Están muertos. Karla Villacís hizo lo que pudo por encontrar a su prima con vida. Stefanie Pelaez. Compartía una y otra vez su foto a través de las redes sociales esperando encontrarla en algún albergue o esperando la noticia de que la hubiesen rescatado. A las 20h del 19 de abril encontraron su cuerpo sin vida. Estaba en el edificio Navarrete, en Tarqui. Tenía 30 años y una hija de cinco. “Sobrevivió, pero el rescate no llegó a tiempo”, dice Karla, “siempre mantuve la esperanza”.
María Luisa Cevallos vive en Manta. Ella es una de las personas que más agradece la ayuda. Pero en las últimas horas, ella hacía un único reclamo: “Necesitamos conseguir ataúdes”.
660 personas fallecidas. 20 personas desaparecidas. 190.364 personas atendidas de las cuales 4.605 estaban heridas. 28.439 personas albergadas. 113 personas rescatadas con vida. 166 escuelas con afectación media y grave de 560 afectadas. Estos son los últimos datos oficiales de la catástrofe.
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