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Publicado en Sesión De Control (13 de junio de 2014)

Las elecciones europeas mostraron que el ciudadano demanda otros códigos, otras formas y otros mensajes. Y también la abdicación real.

Si Truman Capote o John Hersey vivieran en este preciso instante, posiblemente empezaran a rellenar páginas y páginas  de hechos plasmados con el más puro estilo periodístico entre humo de tabaco y ruido. Porque eso tendrían que hacer precisamente, bucear entre el ruido para contar, para construir una historia que nos atrajera tanto que al mismo tiempo que la leemos nos convirtiera inconscientemente en actores de un mismo escenario que apenas molestan: sólo sienten, escuchan y temen.

Aunque después de que Capote escribiera ‘A sangre fría‘ y tachase a Hersey de ser “un simple mecanógrafo” tras escribir Hiroshima’, lo cierto es que este tiempo echa de menos más mecanógrafos que describan la realidad de los hechos y más mecanógrafos que escriban palabras que conecten y no ahuyenten. Necesitamos más historias que historietas y trabajar esa otra forma de comunicación cuyo efecto sea engordar las ansias de conocer. O más bien las ansias de creer, y creer que se puede. Pero para contar y aprender a contar, primero hay que escuchar.

Y si sólo existiera una manera para calificar la crisis política, económica e institucional que se está viviendo, podríamos resumirlas en una profunda crisis de escucha.

Unas europeas muy locales

Los políticos para las elecciones europeas que culminaron el pasado 25 de mayo tenían un único cometido: construir un liderazgo capaz de excitar. En varios ocasiones advertí que aquél que se hiciera con el voto huérfano y con el perezoso ganaría las elecciones. Y los resultados no se hicieron esperar. Nuevas formas de comunicación, nuevas formas de liderar y, sobre todo, nuevas formas de conectar le ganaron la batalla al discurso rancio de siempre del “y tú más” que tanto alimenta el hartazgo social. España necesitaba entender más a Europa y el impacto de ésta en nuestras vidas. Y no se explicó, ni se contó, ni se molestaron en hacerlo. Mientras unos políticos querían recuperar el sueño europeo, a otros les da sueño explicar cómo recuperarlo.

Los dos partidos políticos mayoritarios de nuestro país se enzarzaron en la batalla de machacar a aquel que cometiera un error, como ocurrió con la falta de tacto de Cañete. Y mientras esto ocurría, partidos minoritarios empezaron a escuchar más, a comunicar más, a conectar más. La recién pasada campaña electoral fue la precampaña de las elecciones municipales de 2015. Pero tanto el PSOE como el PP se equivocaron de obra de teatro, de escenario, de personajes y de guión. Ellos seguían cantando sin público creyendo que gritando más lograrían captar su atención. Pero el patio de butacas, vacío…

El PSOE, con esta, suma ya su segunda derrota electoral inevitable. La primera ‘Se llamaba Alfredo…

Tras el desangre electoral, el líder socialista anunció su retirada y la celebración de un congreso extraordinario. Y el baile empezó, eso sí, con más sombras que luces. Las redes sociales echaban humo solicitando participación en el proceso. Primero un militante, un voto; después un ciudadano, un voto.  Y más tarde los rumores de pasos hacia adelante y pasos hacia atrás de los que ansían el futuro del partido. Pero difícil es bailar cuando la pista está llena de gente, cada uno baila al compás de su propia canción y cuando hablas al de enfrente y apenas te entiende (o no te quiere entender). El PSOE no necesita un “simple mecanógrafo”: necesita al mejor. Al mejor para escuchar y reescribir sobre folios nuevos con tinta fina y con una letra, por fin, comprensible para todos.

Abdicación real

Real porque sucedió. Un 2 de junio, lunes, y un Rajoy que convoca a la prensa a las 10:30. Y tras la convocatoria, un rumor y el discurso del presidente del Gobierno con cuatro mensajes: abdica el Rey, se celebra Consejo de Ministros extraordinario el martes, es necesario una Ley Orgánica que permita la abdicación, elogios a la figura histórica del Rey estrecha a la democracia, la cual no se entiende la una sin la otra. Poco después, hablaba el Rey. Un discurso de poco más 5 minutos para despedirse después de 39 años de reinado.

 

Y en ese discurso, algunas notas sobre el papel: colocó palabras en positivo como libertad, estabilidad y progreso; reconoció su propio trabajo: “he querido ser Rey de todos los españoles”; alusión a lo construido: “conciencia orgullosa de lo que hemos sabido y sabemos hacer y de lo que hemos sido y somos: una gran nación”; el motivo de su adiós: “hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana”; el papel de la mujer queda en un segundo plano: “y mi gratitud a la Reina, cuya colaboración y generoso apoyo no me han faltado nunca”. Punto. Ninguna mención más a ella.

El Rey escoge así a su propio mecanógrafo: “Mi hijo Felipe, heredero de la Corona, encarna la estabilidad, que es seña de identidad de la institución monárquica”.

Pero a partir de este momento, el discurso social entra en acción solicitando un referéndum y abriendo más que el paso al concepto de república. Sin embargo, no es tanto la demanda por una república que por el hecho mismo de decidir qué se quiere o a quién se quiere. De permitirse, posiblemente Felipe VI ganara la batalla y eso lo convertiría en el único mecanógrafo capaz de escribir un libro nuevo: el de su propia monarquía apoyada para el pueblo y por el pueblo.

Aquellos que no votaron en el 78 quieren hacerlo, quieren tomar parte de su propio futuro. Porque, como decía el mismo Rey Juan Carlos, son una generación nueva, más joven y con otra energía. De permitirse, en la imagen de la Corona empezarían a desaparecer las manchas. De lo contrario, se acumularán. Curioso es que una semana antes de lo sucedido los políticos llamasen a los ciudadanos a votar para las elecciones europeas y ahora los obvien como si nunca hubiesen existido. La falta de coherencia nunca se premia en positivo.

El pasado 11 de junio en el Pleno del Congreso, un Cayo Lara impulsivo, reflexivo, seguro y decidido entró en campaña -por fin-. Tocaba debatir un único artículo de esa Ley Orgánica que permite a Don Juan Carlos abdicar y la sucesión en la Corona a su hijo. Y aunque no tocara, prefirió trasladar el sentir del calor social.  Alfredo Pérez Rubalcaba ofreció argumentos al “sí” de su grupo, porque decir que “no” sería obligar al Rey a serlo aunque él no quiera. “Los españoles no somos súbditos, somos ciudadanos de pleno derecho”, dijo. Pero pesó más la norma ya escrita, la ley y la Constitución que la palabra social que puede cambiarla, por mucho que Rajoy dijese también que sintonizaban con todos los españoles, con los de 1978 y con los de 2014. La cuestión aquí es si los de 2014 quieren sintonizar con ellos.

Este proceso ha permitido un mecanógrafo rápido, que no ágil. Demasiado rápido. Y los renglones torcidos nunca se han entendido con el paso de la historia. Sepan cuantos esta carta vieren que no es tiempo de paleografía.

 

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Publicado en Sesión De Control (9 de mayo de 2014)

Arranca una campaña electoral cuyo destino marcado es Europa. Una campaña donde la pregunta que cabría hacerse en ella es… ¿Y tenemos líderes para afrontarla?

El liderazgo político actual está teñido de luces y sombras. Y, si empezamos por las sombras, habría que decir que la comunicación ha empezado a caer en los ciudadanos como tormenta profunda, pero sin lluvia que rozarnos apenas. Mientras el ejercicio de la comunicación es ejecutado por gabinetes de prensa, medios de comunicación y comunicación directa en las redes sociales, los ciudadanos nos refugiamos al abrigo de nuestras manos, de nuestros paraguas o de lo que tengamos por delante, agazapados, intentando que, de ninguna manera, aquello que nos cuentan pueda entrar en nuestras cabezas. Sencillamente porque… no creemos ya, no confiamos ya y, sobre todo, porque hemos perdido prácticamente todo el interés. Esa desafección política alimentada por la mala praxis ha hecho que esa comunicación que llueve no logre calar en nosotros.

A medida que la Unión Europea crece y, por tanto, aumenta el número de votantes, decrece la participación ciudadana. ¿Contradictorio? No. Tal y como presenta este informe de Access Info, después de las elecciones de 2009, el 28% de los ciudadanos no tenía confianza en la política, el 17% tenía la certeza de que su voto no cambiaría nada y otro 17% estaba desinteresado por los temas políticos. En la misma encuesta a la que hace alusión Access Info, aparece la respuesta de aquellos que no habían votado en las últimas elecciones europeas: el 55,32% dijeron no tener confianza en los partidos políticos. Todos estos datos que a priori nos parecen familiares, se traducen en una tendencia a la baja de la participación ciudadana en las elecciones europeas. En las elecciones generales hubo una participación del 69% mientras que la participación españoles en las elecciones europeas fue del 45% (mapa de la evolución).

De sombras…

Europa tiene el gran reto de comunicarse a sí misma. Algo también compartido por Jaume Duch el pasado diciembre en el Seminario Internacional de Comunicación Política. Pero además añadió que había un gran desconocimiento de los actores y de quiénes tomaban las decisiones en Europa y mencionó la gran crisis actual política, económica y… de ideas. La complejidad de la Unión Europea no pasa desapercibida para el electorado y la lejanía geográfica, la diversidad de lenguas y la escasa aceptación nacional de cada Estado no nos une más, no separa… cada vez más. Frente a todo eso, el reto es claro: la Unión Europea tiene que entenderse para hacerse entender. Es esta la única manera de que la ciudadanía participe. Porque sobre algo que no se entiende, tampoco se puede participar.

La eterna sombra de la desafección política continúa siendo una silla vacía carente de líderes. Y líderes que no sólo lideren, sino que también conecten. Se ha perdido la confianza en ellos. No es baladí que por ello, algunos “líderes” europeos empiecen a perder su popularidad. Se ha perdido la credibilidad traducido en impuestos que suben y programas que no se cumplen. Y dudamos de que nuestros políticos sean honestos. El que la Comisión Europea señale a España como uno de los países más corruptos resulta ser la guinda del pastel.

La “altura” de un político no se mide por la longitud de su sombra. A día de hoy percibimos que nuestros políticos y nuestros líderes viven en el final de la longitud de su sombra. Y cuánto más se aleja el foco, más larga es la sombra que proyectan: viven ajenos a la realidad, sin escuchar lo que sucede a su entorno, ni a su equipo –se creen más listos, “más guapos”, y “más altos”-, gestionan políticas que nos dividen, no nos acercan más… Pero un político no es más –su larga sombra- por no escuchar o por no atender a lo que realmente está ocurriendo a pie de calle. El líder debe retirar todo foco posible que proyecte aquello que no es la realidad. Debe retirarlo para eso mismo, para ser testigo de la realidad, saber leerla, saber verla, saber interpretarla y para saber escuchar porque… “no hay nadie tan fuerte que pueda hacerlo sólo, ni nadie tan débil que no pueda ayudar”.

Los nuevos liderazgos deben conocer a qué sociedad se enfrentan, saber que está cambiando y –y qué está cambiando- que está evolucionando y… sobre todo, deben conectar con ella. Mientras la Unión Europea sea un enano maniatado por los Gobiernos, no habrá líderes capaces de entender que tienen que enfrentarse a dos retos: conquistar el voto huérfano –aquellos electores que no se sienten representados ni por los que los gobiernan, ni por aquellos que siempre votaron-, y conquistar también el voto perezoso –el electorado crítico, destructivo más que constructivo e inmóvil-.

Y luces…

El escenario se empezará a iluminar siempre que la lluvia de la comunicación empape a quién está debajo, siempre que dejemos que nos calen los mensajes, las palabras, los argumentos y los discursos –y en tanto en cuento nos encontremos en ellos-. Europa necesita liderazgo. Y hay que liderar… más allá de las emociones. Porque no sólo se trata de emocionar, se trata de estimular sentimientos y pasiones, de provocar entusiasmo y alegría y de producir tal impaciencia que nos impulse a escuchar, a participar, a influir, a votar… Se trata pues de que… nos EXCITEN. La ciudadanía no cree ya en la ilusión, ni en la esperanza. Necesita algo más. Necesitamos vibrar y que nos hagan vibrar. Y ese algo más se traduce en excitación entendida tal y como la RAE las describe en sus tres primeras acepciones.

Frente a las sombras de la política, la ciudadanía necesita ejemplo, ejemplaridad, necesita que les expliquen, que les auxilien y que sean precisos y exhaustivos con ellos. Necesitan convencimiento, y creer que sus líderes son capaces de afrontar los retos. Necesitamos líderes que nos inspiren, que nos ilusionen que nos escuchen – de verdad-. Necesitamos líderes que trabajen, pero no sólo trabajadores sino que también compartan con nosotros lo que hacen, lo que han hecho en su día a día parlamentario, necesitamos que comuniquen su trabajo. Necesitamos autoridad, representación –seria-, líderes que nos respeten y que nosotros respetemos, líderes con reputación y con un relato, una historia que compartir. Necesitamos que nos exciten. Queremos que los líderes del mañana exciten.

¿Excitó en su momento la seguridad de Merkel a su electorado? ¿Sus propuestas? ¿Sus decisiones? ¿Excitó Anne Hidalgo con una historia, su discurso, su relato? ¿Ha excitado Manuel Valls a esa parte de la ciudadanía carente de sensación con Hollande? ¿Excitó la ministra danesa al defenderse de su “polémico Selfie”? ¿Tomó el control? ¿Ha excitado Renzi con su revolución a golpe de Tweet? ¿Excitó el Alcalde de Lisboa, António Costa, al mudarse al barrio pobre? ¿Excitó Moreira cuando llegó a la Alcaldía de Oporto explorando esa “otra política”?

El liderazgo va ligado a la emoción y… a la excitación –hoy más que nunca-. Según Ignacio Morgado, catedrático de Psicología en el Instituto de neurociencia de la universidad Autónoma de Barcelona, las emociones y la memoria están muy relacionadas. Y cuando fallan las emociones, no sólo falla nuestro sistema emocional, también falla nuestro razonamiento. Pero, ojo, lo relevante es… todo aquello que nos emociona. Y… ¿por qué? Porque aquello que nos emociona permanece en nuestro recuerdo. Y, lo que recordamos, nos influye.

Es cierto. A la política le hace piel, sentimiento y humanismo. Y el sentimiento se alimenta de coherencia, compromiso y honestidad. El “y tú más” debe pasar a la historia de la comunicación política. La ciudadanía necesita más… Argumento, discurso y debate de altura. Excitación. Porque lo que se buscan son líderes que emocionen para emocionar, que sientan para hacer sentir, que crean para hacernos creer, que pisen con los pies descalzos donde otros dijeron que caminaron, que piensen para hacernos pensar, que sueñen para hacernos soñar, que participen para hacernos partícipes, que estén preparados para prepararnos y que lloren con nosotros para comprender por qué lloramos. Y también se necesitan mujeres, políticas… para otra política. Porque tal y como decía Soledad Gallego Díaz, hay “250 millones de mujeres en la UE, ¿ninguna es lo bastante buena?”. ¿Está la sociedad europea verdaderamente representada con poco más del 30% de mujeres en el Parlamento Europeo?

El nuevo liderazgo en Europa tiene el gran reto de “excitar” para llenar un banco de personas, hoy vacío, mientras llueve…

 

NOTA

Este artículo nace de una profunda reflexión a partir de la conferencia que ofrecí el 21 de abril de 2014 en el marco del  I Curso Superior de estrategias de comunicación para equipos políticos de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

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